sábado, 17 de enero de 2009

No sé lo que quiero, pero lo quiero ya. Parte II






























Es indudable que hay que tener coraje para asumir las decisiones. Decidir, y no morir en el intento, es un compromiso con el mundo, con la adultez. Soy alguien, sé quien soy, tengo responsabilidades, sé lo que quiero, me aplico -decidida- y lo logro. No confío en la fuerza de voluntad, ni en el azar, ni en soñar despierto, con realidades alternativas y vidas paralelas, porque soy madura y práctica. Buaaaa. Será patético decir que me puedo definir exactamente por lo contrario. No sé lo que quiero, no sé si quiero trabajar de lo mismo toda la vida, no sé si podría luchar contra molinos de vientos constantemente. Toda la vida es mucho tiempo. Sé que desearía viajar, conocer el mundo, aprender idiomas, diferentes culturas y comidas. Sacar fotos. Sentirme extranjera en todas partes. Creo que me gustaría ser fotógrafa, pero no sé si tengo la habilidad de ver lo esencial en las cosas comunes. Me gustaría, me gustaría... pero la cobardía -algunos lo llaman sentido común- me deja aquí, sujeta a mis elecciones. Decidí ser madre, decidí formar una familia, a la que amo y me desvela. ¿Eso significa que debo dejar de ser aventurera? Muchos dirán que no. Otros se preguntarán qué es ser aventurera, la verdad no lo sé. Ahora hacer dedo en el camino o viajar sin brújula es impensado... hay que saber dónde está la farmacia más cercana para el febratic y para el nebulizador. Es un lapsus de escritura fantástica... mis amigas me recordarían que nunca tuve un alma intrépida, más bien, siempre fui la ultrarazonable, aburrida y burguesa, quizás sea por eso que siento muchas veces una incorformidad formidable que se conjuga con un casi irreparable trastorno obsesivo compulsivo. Es difícil, muchas veces, lograr que ambas partes del ser convivan: la que quiere ser anárquicamente libre y a la que le gusta etiquetar la biblioteca, catalogada alfabética y temáticamente. ¿Habrá redención para un alma escindida?

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