Mis valoraciones estéticas acerca de los adolescentes actuales apestan. No me gustan los floggers ni los emos... encuentro decadentes y sin sentido a las tribus urbanas contemporáneas. Me siento anciana al no entender sus deseos, sus gustos, en definitiva sus experiencias de vida. Todos mis gustos me parecen mejores y más auténticos. Me he convertido en lo que tanto odiaba: una odiosa prejuiciosa, una vieja de lengua que pide silencio, que no escuchen música en clase ni usen los celus, a la que le esgunfian los que charlan y divagan, peor los que dibujan los bancos. Detesto a los alumnos que no entienden las consignas y después de que se las explicás por tercera vez te miran con los ojos vacíos, como si fueras invisible. No como si no te entendieran, como si ni siquiera te escucharan. Se muestran apáticos ante todo, no discuten ni rebaten lo que les decís, ni fú ni fá. Así es imposible nuestra tarea. A veces me imagino motosierra en mano, cortándolos por el medio y la sangre brotando a borotones a lo Tarantino. Ellos en la suya igual, imperturbables.
Qué absurda es la tarea docente. Qué excéptica estoy sobre la capacidad de enseñar, por lo menos la mía. La necesidad de aprender ya no es una prioridad de ningún tipo, ni siquiera en aquellos que son buenos alumnos, siempre suena a obligación. No buscan jamás profundizar, ni ampliar el campo de la información, no les da vergüenza escribir con errores ortográficos, si está abreviado y codificado, mejor. Siento que intentan sistemáticamente zafar.
Definitivamente, no entiendo sus gustos. Su música no me llega. A pesar de que he sido siempre muy ecléctica: desde el rock, pasando por el punk y el grunge, hasta el soul y el hip hop. He disfrutado de bandas reggae, de blues y trovadores. Me gusta el tango, la ópera y la música clásica... sin embargo, my chemical romance o Tokio hotel me parecen bandas orquestadas por las disqueras, marquetinados y lookeados andróginamente para estar a la moda. Nada originales. Nada.
Miro enajenada la combinación bizarra entre el flúor de los '80, el glam del pelo enmarañado + maquillaje y un gótico afeminado que pueblan las calles de todas las ciudades del mundo. Globalización. Todos uniformados: hombres y mujeres por igual. Bazofia.
No comprendo por qué me siento tan indignada ante esta etapa cultural de la sociedad, en particular de los jóvenes. Me siento retrógrada, pero no puedo evitarlo, estoy siendo sincera al manifestar mi desagrado... mi incapacidad real de asumir la alteridad... por qué sera... ése es mi dilema.
Cuando leo como año de nacimiento 1992 ya presupongo vacuo, sin cerebro y banal... qué esperar de una generación que nació en el apogeo del neoliberalismo y, en Argentina peor, del menemismo. Y entre los chicos que usan la planchita y las chicas calcos siento que perdieron lo mejor de la adolescencia, la búsqueda de identidad, de diferenciarse unos de otros; no quieren ser únicos, les da pavor... eso a mi también. Nunca, bajo ningún contexto, es buena la homogeneidad, no la busco, no la valoro, no la predico, no la difundo. Estos adolescentes -digo estos por qué sé que hay grupos minoritarios que no se identifican con estas tribus, de ellos depende la transformación social- parece que no se plantean dilemas existenciales como salvar al mundo o salvarse individualmente. No les preocupa la caída de los grandes relatos. Su existir parece aletargado, adormecido, ni siquiera en los emos veo reales preocupaciones o "emo"ciones, sino que buscan identificarse hasta el extremo, lo digo pensando en los casos de autoflagelación. Siento cuando los veo la euforia de pensar que perdimos. Cómo recomponer una matriz social tan arraigada en el desinterés y la desidia. El que tenga la receta, por favor que me escriba.